Probablemente, cualquier persona, de una u otra manera, haya experimentado o estado en contacto con el “amor”, el cual ha sido y sigue siendo un protagonista muy recurrente de la cultura actual y de nuestras experiencias vitales.
Pero, ¿alguna vez te has parado a pensar “qué es el amor”? ¿En qué consiste? ¿Cómo lo definirías?
En primera instancia, estas cuestiones quizás se nos queden un poco grandes, y la tarea de definir el amor se trate más bien de una actividad cuanto menos confusa y desbordante dado su carácter subjetivo e inespecífico.
El primer recurso al que podríamos acudir para comprobar cómo describen este concepto es la Real Academia Española, donde en su primera acepción puede leerse lo siguiente: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”.
Así que, de aquí obtenemos que, según la RAE, “amor” es equivalente a sentimiento y unión, pero, lejos de saciar las preguntas anteriormente planteadas en torno a la semántica del amor, nos surgen más interrogantes.
1. El “amor” a lo largo de la historia de la Psicología
Desde la Psicología se ha pretendido conceptualizar el amor de cara a explicar de qué trata. Uno de los psicólogos que se han aproximado a ello, es Erich Fromm (1956), quien desde sus teorías de corte humanista, a través de su obra “El arte de amar” relataba que, si el amor es un arte, requiere de conocimiento e inversión, en lo que a tiempo y esfuerzo se refiere, de manera que el amor podía ser en cierta manera, aprendido.
Más tarde, otros psicólogos como Zick Rubin (1970), que desarrolla su teoría psicológica multifactorial, descompone el amor en tres elementos (el apego, el cariño y la intimidad); y unos años más tarde John Lee (1973), a través de su teoría cromática, jerarquiza el amor en estilos primarios (eros, storge y ludus) y secundarios (manía, pragma y ágape).
Sin embargo, quizás la teoría más extendida o recurrente a la hora de hablar del amor desde la Psicología es la planteada por Robert J. Sternberg (1986), quien descompuso el amor en tres elementos (intimidad, pasión y compromiso) y los dispuso en forma triangular, de manera que la combinación entre ellos daba lugar a distintos tipos de amor.
2. Dándole una vuelta al concepto de “amor”
Sea como sea, a la hora de emplear conceptos que describen sensaciones en principio, consideradas únicas y subjetivas, como pueden ser las “emociones”, nos vamos a encontrar, al menos popularmente, con dos cuestiones muy comunes que tienen que ver con el reduccionismo y la causalidad:
ㅡ El error categorial (Ryle, 1949): cuando se habla del “amor”, habrá quienes focalicen su propio intento de definición en las reacciones químicas cerebrales, de manera que, el asunto amoroso quedaría restringido a las conexiones neuro-químicas que ocurren en el cerebro, a la segregación de serotonina, dopamina y neuro-transmisores varios. Otros aluden el “amor” a los supuestos “estados internos” del individuo que ama, de manera que describen el “amor” de forma abstracta, y en base a una filosofía introspectiva. Al final, todo dependerá del nivel de análisis con el que queramos estudiar el concepto “amor” (químico, neuronal, psicológico, etc).
ㅡ La reificación o reduccionismo reificante (Luckács, 1923): otra asociación susceptible de ser aprendida por el imaginario popular, es aquella dirigida a tratar el amor de forma indiscriminada para explicar todo y a la vez nada, tomándolo así como causa del comportamiento. De esta manera se asumiría, por ejemplo, que lo que une a una pareja es el “amor”, o que cierta persona a la que llamaremos Federico, le regala bombones a su novia porque está muy enamorado. Sin embargo, si consideráramos esta teoría causal como “aceptable”, estaríamos asumiendo que el comportamiento de Federico está siendo exteriorizado e impulsado por un “estado interior”, siendo este el responsable de su comportamiento. Sería entonces algo así como lo que se comenta en el artículo “Qué es conducta” (Freixa, 2003), es decir, sería como asumir que el fuego del fósforo de la cerilla estuviese dentro de ella y no surgiese al frotarla con la cajita. Sería como asumir que el comportamiento no es una interacción.
Una vez llegados hasta aquí, debemos tener claras un par de cosas:
ㅡ Dado que el amor no es una cosa con propiedades físicas, no está dentro ni fuera (del organismo).
ㅡ El amor no es la causa del comportamiento, sino que más bien podría considerarse como un conjunto de, precisamente, comportamientos, de intercambios de reforzadores entre dos o más personas, a través de diversas interacciones con el contexto que los rodea.
Así pues, podemos quizás hablar más bien de “conducta amorosa”, y a su vez, aludir al hecho de que la emisión de estas conductas dependerá del grado en el que exista reforzamiento recíproco a través de la relación, interacción e intercambio entre dos o más personas en un contexto determinado.
La conducta en general, y en concreto la amorosa, no se trata de una propiedad inherente del individuo, sino que es relacional, y como tal, la persona enamorada no tendría amor “dentro” (como si fuera una cosa), sino que, más bien, la persona enamorada ama y podemos verla amando, pero no podemos observar el amor en esencia.
Asimismo, y a partir de esta aproximación conductual, también resulta conveniente sugerir aquello relativo a la funcionalidad, pues a fin de cuentas, no es la topografía la que delimita qué conductas son “amorosas” y cuáles no, sino más bien la meta o el “sentido” que tiene lo que hacemos.
De este modo, encontrarse nervioso podría ser asociado como un mismo evento privado, en respuesta a un estímulo discriminativo diferente, como puede ser la exposición verbal de un trabajo, o por el contrario, un encuentro con la persona que amamos. Pero el evento de estar nervioso en sí, es el mismo morfológicamente en ambos casos.
3. Qué determina el “sentido” o “función” con la que nos comportamos amorosamente
Como ya se ha señalado anteriormente, cuando hablamos del “amor” como una “emoción”, hacemos referencia a la tendencia o predisposición de la persona a comportarse de una manera determinada. No obstante, la dirección en la que se “interprete” (afirme de forma verbal) lo que hacemos, también se aprende por medio de pautas culturales. De este modo, aprendemos entonces a discriminar qué es o no es estar enamorados, y qué eventos privados o públicos pertenecen a la “experiencia amorosa”, en base a lo que nos han dicho, y hemos aprendido, sobre qué es el “amor”.
Llegados a este punto, cabe destacar que, es aquí donde habría que pararse a estudiar y reflexionar sobre el “amor”, puesto que la dificultad de todo esto radica en que, la experiencia subjetiva sólo es observable para la persona que la “experimenta”. De manera que, a fin de cuentas, debemos limitar nuestros esfuerzos de análisis en el estudio de la manera en que se adquiere, y aprende, a advertir las vivencias particulares.
A modo de conclusión, tal y como señaló Ribes (1980): “El individuo atribuye propiedades a los eventos con base en el acuerdo, en el consenso y en la convención que determina el grupo social”.
REFERENCIAS:
· Benjumea, S. [El Canal de PIKOyPALA]. (2019). SINCA IV 2013 Santiago Benjumea. El Amor desde el punto de vista de un Conductista Radical. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=DczitfKeksM&t=1713s
· Fromm, E. (1956). El arte de amar. Editorial: Paidós.
· Lee, J. A. (1977). A typology of styles of loving. Personality and Social Psychology Bulletin, 3(2), 173-182.
· Luckács, G. (1923). Historia y conciencia de clase. Editorial: Instituto del Libro.
· Pérez Fernández, V., Gutiérrez Domínguez, M. T., García García, A. y Gómez Bujedo, J. (2010). Procesos Psicológicos Básicos: un análisis funcional. España: UNED.
· Ribes Iñesta, E., Fernández Gaos, C., Rueda Beltrán, M., Talento, M. y López, F. (1980). Enseñanza, ejercicio e investigación de la psicología: un modelo integral. Editorial: Trillas.
· Rubin, Z. (1970). Measurement of romantic love. Journal of personality and social psychology, 16(2), 265.
· Ryle, G. (1949). El concepto de lo mental. Editorial: Paidós.
· Sternberg, R. J. (1986). A triangular theory of love. Psychological review, 93(2), 119.
ACERCA DEL AUTOR
Perfil del autor:
Psicóloga por la Universidad de Murcia y Máster en Sexología y Terapia de Pareja en el Instituto de la Pareja de Murcia. Interesada en la educación sexual, el análisis conductual y la divulgación. Encuéntrame en Instagram como @patriciapsicosex
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