¿Qué lujazo verdad? Poder iniciar este proyecto comentando el primer gran reto al que tuve la oportunidad de enfrentarme hace ya algún tiempo, y que, principalmente, me condujo hasta donde estoy ahora, escribiendo estas líneas.
Seamos sinceros, todos nos hemos equivocado alguna vez, todos hemos tenido creencias erróneas sobre alguna temática, e incluso hemos aceptado opiniones de otras personas a pesar de que describían la realidad de forma errónea. Sin embargo, en muchas ocasiones hemos defendido a capa y espada nuestros errores con una total convicción, a pesar de que nos enfrentemos a evidencias que contradicen nuestros argumentos.
Seguro que más de un lector se siente identificado con el típico amigo al que le cuesta muchísimo reconocer sus errores, y que, a pesar de que intentemos hacerle ver que está en el error, no duda en defender sus creencias equivocadas ante el incesante bombardeo de evidencias en contra. Hoy hablaremos sobre los motivos que dificultan la admisión de nuestros errores, las dos caras que posee la mentira, y el “olvido” de hechos relevantes vividos asociados con la mentira. ¿Estás preparado?
1. Reconocer nuestros errores equivale a “no valer”
Cuando no reconocemos que estamos en un error, y para ello recurrimos al recurso de la mentira, estamos intentando evitar las consecuencias negativas que genera “estar equivocado”, y que produce un daño sustancial en nuestra propia autoestima. Las consecuencias de cometer un error equivalen a ser considerado “tonto”, a que se generen dudas sobre nuestra propia valía, por lo que ante la presencia de datos u opiniones que contradicen nuestras creencias, recurrimos a la re-interpretación o devaluación de dichos datos u opiniones.
Si no ignorásemos las evidencias que atentan contra nuestras creencias, tendríamos que reconocer que estamos equivocados, y si reconociéramos que estamos equivocados, padeceríamos las consecuencias negativas anteriormente mencionadas. No reconocer nuestros errores nos permite mantener nuestras creencias, tener razón, lo que equivale a ser “inteligente”, y además, evitar las emociones negativas que desencadenaría reconocer nuestro error.
2. Las dos caras de la misma mentira
Imagina la típica situación en la que un niño le quita un juguete a otro niño en el patio del recreo, y cuando la profesora le pregunta al primer niño si ha sido él quien le ha quitado el juguete al segundo niño, el primero miente y responde que no. De esta situación, de la mentira que ha contado el primer niño, se derivan dos conductas verbales: la afirmación falsa, dirigida hacia otra persona, en este caso la profesora; y el pensamiento “estoy mintiendo”, cuyo oyente es la propia persona que ha mentido, en este caso el primer niño.
La primera conducta, la afirmación falsa, puede ayudarnos a evitar un castigo, en este caso que, por ejemplo, la profesora mande al primer niño “al rincón de pensar”. La segunda conducta, el pensamiento “lo que estoy diciendo no es verdad”, tendrá consecuencias negativas, debido a que desde que somos muy pequeños, en la mayoría de los niños la mentira ha sido asociada como una conducta “inadecuada”, como algo merecedor de castigo.
¿Cuál puede ser el desenlace de esta situación? La segunda conducta, el pensamiento “estoy mintiendo, lo que estoy diciendo no es verdad” desaparecerá, y solo quedará la afirmación falsa, en este caso la negativa ante la pregunta de la profesora sobre la ubicación del juguete, lo que provocará que el primer niño deje de ser consciente de que está mintiendo, “olvidando” los hechos que se relacionan con el robo del juguete.
3. Las implicaciones de la mentira
En este punto, podría cuestionarse si este “olvido” ocurre siempre que mentimos, pero, como todos sabemos, la conducta de mentir es muy frecuente en el ser humano, siendo también muy frecuente la conducta “mentir y creerse la mentira”. Precisamente es la evitación de un castigo muy intenso y el olvido del pensamiento “estoy mintiendo” lo que contribuye a que la conducta de mentir se adquiera y mantenga en el repertorio de conductas de las personas.
Como hemos mencionado anteriormente, las estrategias que el ser humano utiliza para eliminar el pensamiento “estoy mintiendo” se basan en prestar atención a aquellos datos que apoyan la veracidad de su mentira e ignorar aquellos otros que demuestran su falsedad. Además, al olvido del pensamiento “estoy mintiendo” contribuye a la posible necesidad de mantener la mentira durante un largo tiempo para evitar un castigo; es decir, si la persona no “olvidara” el pensamiento “estoy mintiendo”, tendría que exponerse a su mentira en un elevado número de ocasiones durante un largo tiempo, y sentirse mal por ello.
4. Mentirnos a nosotros mismos
En el anterior ejemplo del patio del recreo, la oyente de la mentira fue la profesora de los niños, sin embargo, no siempre el receptor de la mentira es otra persona, en algunas ocasiones los receptores de la mentira somos nosotros mismos. En este caso, los motivos que provocan la adquisición y mantenimiento de las mentiras que nos contamos a nosotros mismos son los mismos que los que están detrás de las mentiras que contamos a los demás (Carrasco).
Por ejemplo, un profesor de matemáticas puede dar clases particulares gratis de cálculo matemático, intentando convencerse de que lo hace para ayudar a la mayor cantidad de niños posible a aprobar. Sin embargo, el verdadero motivo que mueve su conducta es el de sentirse bien consigo mismo, aumentar su autoestima, y así eliminar las dudas sobre su propia valía.
En este caso, el pensamiento “estoy mintiendo, realmente lo estoy haciendo para sentirme bien conmigo mismo” desaparecerá mediante el uso de las estrategias anteriormente mencionadas, dejando en solitario a la afirmación falsa “doy clases de cálculo para ayudar al mayor número posible de niños”.
Las publicaciones sobre la Catedral de Notre Dame en redes sociales suponen otro ejemplo reciente sobre “mentirnos a nosotros mismos”. En noticias de este tipo salen a relucir las dos caras de la mentira que hemos planteado a lo largo de la argumentación: el pensamiento “estoy mintiendo, realmente estoy publicando sobre el incendio de la catedral para que el resto de seguidores me vean como alguien interesado en historia y arte, y como alguien que posee dignos valores éticos”; y la afirmación falsa “estoy publicando sobre el incendio de la catedral porque me preocupa la pérdida de una obra gótica tan relevante”.
A raíz de las publicaciones manifestando nuestro malestar ante el trágico incendio intentamos conseguir la etiqueta de “implicado con la causa” o “moralmente bueno”, que protegen nuestra autoestima y reafirman nuestra valía como persona.
¿Debemos asumir que todo el mundo que ha publicado contenido sobre el incendio en sus redes sociales buscaba protección y re-afirmación? Por supuesto que no, pero no deja de ser un ejemplo más de la utilidad que le da la mayoría de usuarios a sus redes sociales.
Aquí finaliza esta propuesta sobre la mentira, que en un futuro puede ser enlazada en el blog con la definición de “delirio” en una orientación hacia el ámbito de la Psicopatología, si así el lector lo demanda.
¿Y tú? ¿La mentira forma parte de tu comportamiento habitual?
REFERENCIAS:
· Carrasco, T. J. (s.f.). Análisis Funcional de la conducta “delirar”. Universidad de Granada.
Antonio Mata
Estudiante de 4º curso de Psicología en la Universidad de Granada. Co-fundador y co-director de "CONDUCTEAM". Interesado en la aplicación clínica de la Psicología Científica en el ámbito de la Terapia de Pareja.
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ACERCA DEL AUTOR
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Estudiante de 4º curso de Psicología en la Universidad de Granada. Co-fundador y co-director de "CONDUCTEAM". Interesado en la aplicación clínica de la Psicología Científica en el ámbito de la Terapia de Pareja.
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1 comentario en “¿Para qué mentimos?”
Consulta, quisiera conocer más sobre el tema.