Estar sanos en ambientes insanos

“¿Podemos distinguir al “mentalmente sano” del “mentalmente enfermo”? ¿Podemos discriminar entre diferentes grados de “locura”? ¿Estas características se encuentran “dentro” de las propias personas o en los ambientes en los que habitan? ¿Nos comportamos siempre como personas “sanas” o siempre como personas “enfermas”?”

 

Para escribir este alegato me inspiro en el experimento que realizó David Rosenhan entre 1968 y 1972, con el objetivo de poner en duda la validez de los diagnósticos psiquiatricos, es decir, de poner en duda si realmente las personas que habitan en los hospitales psiquiátricos son realmente “enfermas mentales”.

 

En la que iba a ser la primera y única parte de esta investigación, Rosenhan consiguió que varias personas “mentalmente sanas”, fingiendo haber escuchado voces extrañas, se colaran durante unos meses en una docena de hospitales psiquiátricos de Estados Unidos. Estas personas, a las que llamamos “pseudopacientes”, hicieron pasarse por sujetos “mentalmente enfermos”, y ser etiquetados, diagnosticados y tratados como tal dentro de cada hospital.

 

Tras recibir una serie de críticas que ponían en duda la metodología científica de la investigación, Rosenhan decidió hacer una segunda parte del experimento. En esta ocasión, aviso a sus detractores de que iba a enviar a 193 “pseudopacientes” a un hospital. Al finalizar el proceso, los hospitales identificaron a más de 40 personas como sospechosas de ser tales, pero, para sorpresa de muchos, esta vez Rosenhan no envió ni un solo “falso paciente” al hospital; lo que reforzó sus hipótesis.

 

 

1. Considerar un comportamiento como “normal” o “anormal” es, en última instancia, una decisión cultural y arbitraria

 

“Lo que es visto como normal en una cultura puede ser visto como completamente aberrante en otra. Así, las nociones de normalidad y anormalidad pueden ser no tan exactas como la gente cree”, escribe Rosenhan.

 

Como vemos, diferenciar entre un comportamiento “normal” y un comportamiento “anormal” no parece ser una tarea fácil como supuestamente nos “demuestran” los famosos manuales diagnósticos de psiquiatría (DSM o CIE); realmente, estos libros son muy imprecisos (comorbilidad, carácter politético, afuncionalidad, etc.), pero esa crítica la dejaremos para otra ocasión.

 

Si nos damos cuenta, no podemos discriminar si una conducta es “sana” o “insana” si no la analizamos en el contexto concreto en el que ocurre. Por ejemplo, sabemos que en algunas partes del planeta, como en la tribu de Los Masai en Kenia, es normal saludarse escupiendo en el rostro de la otra persona; en este contexto, lo “anormal” sería no escupir a los demás.

 

O como dijo Thomas Szasz: “Si le hablas a Dios, estás rezando; si te contesta, tienes Esquizofrenia”. De nuevo, considerar solo la primera conducta como “normativa” es una decisión puramente cultural.

 

 

 

2. Los problemas psicológicos no se tienen o se ubican en un lugar “dentro” de nosotros

 

Por otro lado, también se cuestiona como solemos atribuir la causalidad de los problemas psicológicos a una supuesta “enfermedad mental”. Cuando alguien realiza un comportamiento que se sale de la norma, solemos decir que está “loco”, “enfermo” o “mal de la cabeza”.

 

Hacer tal afirmación (errónea) implica recurrir a una falacia de reificación, un error lógico. Convertimos el nombre o la etiqueta con la que designamos a unos comportamientos en la causa de los mismos. En otras palabras, convertimos al concepto en una entidad física, con vida propia, y la hacemos causa de los comportamientos “anormales” a los que designa.

 

Pero, nos podemos percatar rápido de que esta lógica no se sostiene si nos hacemos esta doble pregunta-respuesta: “¿Por qué me comporto así? Porque soy así. ¿Y por qué soy así? Porque me comporto así”. Se trata de una pseudo-explicación circular de la conducta, que no atiende a la funcionalidad de la misma en un contexto determinado.

 

Las atribuciones de causalidad que hacemos sobre quienes realizan actos considerados como “desviados”, “turbios” o “inexplicables” suelen estar alejadas de un Análisis Funcional de la Conducta, es decir, analizar la función que cumple una determinada conducta en un determinado momento, el “para qué” alguien hace lo que hace, con qué motivo o propósito. La gran mayoría de psicólogos no suelen tener en cuenta el “para qué”, y es preocupante, ya que las conductas no ocurren en el vacío, están sujetas al ambiente estimular en el que se dan.

 

Voy a exponer ahora un ejemplo hipotético de una chica que ha sido frecuentemente expuesta a burla por su sobrepeso. En su caso, conductas aparentemente “desadaptativas” como “evitar la comida” (necesidad biológica) o “hacer ejercicio excesivo” (daño, sobrecarga o lesión física) pueden haberse “reforzado” y convertido en “adaptativas” para ella a corto plazo cuando, tras la realización de estas, recibe elevadas tasas de reforzamiento social y atención por parte de los demás: “¡Qué guapa estás, cuánto has adelgazado!”.

 

Probablemente, más adelante, entraría en un círculo vicioso en el que, al dejar de realizar las conductas de “evitar la comida” o “hacer ejercicio intenso” (por su bienestar y salud física a largo plazo), volvería a ganar peso y, por tanto, perdería el acceso a ese reforzamiento social tan potente (estados emocionales placenteros) que había conseguido y, por otro lado, podría volver a ser sometida a comentarios despectivos y situaciones estresantes que tuvo que soportar en su pasado.

 

Como podemos apreciar ahora con más claridad, parece un disparate decir que la causa de que esta persona haya empezado a comportarse de esa forma aparentemente “desadaptativa” sea porque su “mente”, su “cerebro”, su “personalidad” o su “genética” sean de esa forma; quizás es más certero afirmar que vivimos en sociedades en las que se refuerza muchísimo tener un cuerpo “normativo” que se ajuste a las demandas estéticas; por lo que podríamos llegar a hacer casi todo lo posible que se nos ocurra, con tal de conseguir un “buen cuerpo”, mediante el que acceder a determinadas consecuencias apetitivas.

 

 

3. Inferimos incorrectamente las causas de las conductas cuando etiquetamos a las personas

 

En el texto de Rosenhan encontramos otro fragmento muy revelador: “(…) las conductas que están estimuladas por el ambiente se atribuyen incorrectamente, por lo común, a la perturbación interna del paciente. Por ejemplo, una amable enfermera encontró a un paciente paseando por los largos pasillos del hospital: ‘¿Nervioso, señor?’, preguntó ella. ‘No, aburrido’, contestó él”.

 

Esta enfermera atribuyó incorrectamente la causalidad del comportamiento en ser un rasgo “propio” y “estable” de una persona etiquetada como “enferma mental” y no en la falta de estimulación ambiental (atención, cuidados, actividades, etc.) de la que disponían los pacientes en ese hospital. Haciendo un Análisis Funcional entendemos como este paciente no realizó esa conducta “para aliviar el nerviosismo” sino “para matar el aburrimiento”.

 

En definitiva, creo que cada vez somos más los que sabemos que el contexto es determinante en la manera en que nos comportamos y que para mejorar nuestra vida y la de los demás hemos de mirar y analizar más “fuera” y menos “dentro”.

 

Sigamos luchando por hacer llegar al mayor número posible de personas una visión más “ecológica” y menos “estigmatizante” del comportamiento humano.

 

 

REFERENCIAS:

 

· Carrasco, T. J. (s.f.). La reificación en Psicología. Universidad de Granada.

 

· Rosenhan, D. L. (1973). Estar cuerdo en lugares dementes. Science, 179, 250-258.

 

· Szasz, T. S. (1974). Esquizofrenia: El símbolo sagrado de la psiquiatría.

ACERCA DEL AUTOR

Perfil del autor:

Psicólogo y divulgador científico.

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